Estimad@s, una vez más, les acerco un experimento. Ustedes me contarán que sensaciones fusionan y viven, mientras leen y escuchan. Al final del texto, recomiendo la canción que inspiró ese relato. Ojalá en ustedes provoque lo mismo que en mí.
Salud.
Ana R.
El violín
Sentado con los brazos hacia atrás, apoyando todo el peso de su cuerpo sobre
ellos; sentía como la hierba verde le acariciaba las manos, y se confundía con las
líneas que recorren las palmas de unas manos endurecidas por el trabajo a campo
abierto. Movía los dedos lentamente, acariciando el pasto como si fueran los
cabellos de una mujer dormida.
Respiraba
intenso. Irradiaba ese instante. El camino había sido duro. Pero el cansancio
no importaba. Ni siquiera el pasado, ni lo que vendrá. Irguió su espalda y
buscó en el bolso a su compañero.
Para ese
entonces, la inmensidad que lo acobijaba tenía su propio sonar y había decido
acompañarla. Tomó entre sus manos el cuerpo de madera lustrada y rozó con los
dedos sus cabellos encordados.
Escuchó
un poco más y tomó el arco en su mano derecha. Sostuvo el mástil con su mano
izquierda y lo acarició como suele acariciar a una mujer dormida, y desnuda. Apoyó
el cuerpo de madera sobre su hombro izquierdo, inclinó luego su cabeza para
volver a ser uno con ese cuerpo lustrado.
Agudizó
el oír, agudizó su alma y su espíritu. Y fue uno con cada elemento de la tierra
y del cielo.
La
inmensidad del cordón montañoso que lo rodeaba reflejaba el aplomo con que
vivía ese presente. Cerró los ojos y dejo que el sol acariciara sus parpados. Cerró
los ojos y vio. Nadie jamás sabría qué vio. Pero una sonrisa tan cálida como el
sol asomó en sus labios, dibujando en su rostro el tono del triunfo.
gracias mi amiga del alma! ya lo puse en mi musikeiro.... excelsooooooo!
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