Imaginate
que es un día de esos que destinas a ordenar tus textos y tus ideas para
empezar a escribir algo. Te levantas temprano y ves a tu gata que te mira con
cara de qué haces despierto a esta hora. Entonces decidís tomarte tu tiempo y hacerte
un desayuno americano, porque hay que tener la panza llena para escribir.
Te das
cuenta de que tu casa es un imperfecto desorden y como sos un obsesivo neurótico,
decidís ponerte a limpiar, por lo menos el piso, porque te gusta andar descalzo,
y la arenilla y la mugre en el pie no te sientan bien; y no da, definitivamente
no da, sentarse a escribir con todo ese desorden a cuestas.
Entonces
barres el piso, y de paso lavas los platos, y en el camino te encontras con la
biblioteca y miras los pobres libros llenos de polvo; buscas la aspiradora para
pasársela con esa escobilla copada y chiquita que tiene, y pensas en todos los
libros que compraste y todavía no leíste, que si los sumas son las cuotas de un
cero kilómetro. Entonces te acordás de todos los libros que tenes que leer
antes de empezar a escribir algo decente, y te acordás que habías destinado ese
día para escribir.
Te sentas en el escritorio, prendes la computadora y abrís una hoja en blanco, virtual,
pero hoja al fin, y como nada sucede abrís el Facebook, y el mail, ahí te encontras con veintena de notificaciones que no dicen nada y nada nuevo en la
bandeja de entrada, minimizas la ventana de Internet y volvés a la hoja en
blanco. Nada.
Miras
alrededor en el escritorio y ves ochocientos millones de papeles que acumulaste
para ver después y pensas cuándo carajo será ese después. Porque ese desorden
es acumulativo, como el de los textos, y el de tus ideas, que no se expresan en
orden, ni quieren, o al menos eso parece. En ese momento, te acordás de la
asociación libre, y abrís de nuevo la hoja en blanco, y casi lloras de la rabia
y pensas que vendrían bien algunas instrucciones para escribir; y es justo ahí
donde el pánico sucede…porque quién carajo sabe cual es el secreto para escribir.
Nadie.
Y pensas en las librerías, en los cientos y cientos de libros que muchos leerán, y en
los cientos que nadie leerá; en los libros que no se publicarán, y te asalta el
miedo y pensas en historias, en las cartas de amor de tu abuela, en la historia
de tus abuelos, en las recomendaciones de tu profesor, y aun así: nada.
Se te
ocurre la idea de escribir sin mirar, simplemente apoyar los dedos en el
teclado y dejar tu mente fluir, sin mirar; y te das cuenta que para escribir es
necesario respirar amar saltar jugar reír soñar, sobre todo cosas imposibles y
en mundos imposibles; reírse, sobre todo de uno mismo; llorar, sobre todo
llorar con uno mismo. Que también es necesario viajar con el cuerpo y con la
mente, comprometerse militar por la vida por la patria socialista y contra el
maltrato animal dejar de militar odiar amar dejarse amar dejar partir rechazar
y que te rechacen volver a militar volverse adicto a alguna cosa al amor a las
golosinas y al tabaco recuperarse de la adicción y volver a incidir.
Entendés
de pronto que para escribir te será necesario dejarse tocar por la piel de
otros, poner la cabeza a un lado y dejar fluir al corazón, aunque duela, porque
de otra forma, solo contarás historias bonitas, pero sólo historias, sin
corazón, y que si queres escribir, no importa si no limpiaste, si tu cabeza no
está en orden, ni siquiera si tu cabeza está. Porque para escribir hay que
cerrar los ojos y dejar que las manos hablen en su propio idioma.
puedo verte en cada imagen que describis. Sos mágicaaaaaaaaa!
ResponderEliminares un privilegio enorme, ser parte de tu vida!!!!!