domingo, 26 de mayo de 2013

Habitar el pozo

Caer en un pozo ciego y profundo. Caer deshecha de oscuridad. Caer con la garganta partida y desierta. Con los labios surcados de sed. Caer y besar la tierra, no por amor, sino por la subordinación de una herida que sangra. Sangra y vomita la mala partida de una suerte echada.
Abrir los ojos al caos, al desorden del alma, rasguñar las piedras, aunque duela. Destrozar el barro que te rodea gritando tu propio nombre para encontrarte. Gritar, gritar con la ronquera en la garganta.
Llorar. Y que nadie escuche. Ni siquiera vos.

Sentir que el barro se acomoda en cada surco de tu cuerpo; y se mezcla con gotas de agua que ruedan pesadas por tus mejillas. Que el aliento se asfixia de oscuridad. Que gobierna el caos en un claro devenir de dolores.
Que duela el vientre, partido y profundo. Partido, de lado a lado, dos veces, quebrado por el mal que atraviesa como un rayo y paraliza.

“No te rindas”, repetís sórdidamente, cuando te das cuenta de que, pasado un tiempo, te acostumbraste al frío y la oscuridad del pozo.
Hasta que el mismo pozo comienza hablarte, y arrojar contra tu cuerpo palabras que al principio te cuesta entender.
Con cada palabra, un golpe. Con cada golpe, un movimiento. Con cada movimiento, la vida.
Tus labios, sin tu permiso, comienzan a decir palabras que no conoces, y que ni siquiera entiendes. Este nuevo lenguaje, que en tu paladar tiene la textura y sabor de la miel, bajan de la garganta por todo tu cuerpo, haciéndose carne poco a poco.
Es entonces, cuando ese pozo, esas palabras y esa miel, reconstruyen los senderos rotos. Las historias vencidas. Las señales ausentes. El silencio gritado.

Pararte nuevamente sobre tus pies. Abrir tu espíritu al nuevo lenguaje que te rodea. Tomar la decisión de abrir con tus propias manos lo que resta. Para que el pozo lo llene todo. Abrirte y permitir que todo te traspase. Tomar ese musculo débil entre tus manos y enfrentarte a él.
Justo en ese momento, en ese preciso instante breve, las paredes del pozo se derrumban.


Habitar un pozo ciego y profundo. Los días y las noches que el pozo requiera.
Abrir los ojos al caos.
Besar la tierra mezclada con agua.

Besarla por amor.

Ana R.  

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